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El 8 de abril de 1910 la revista El Cuento semanal publica la novela corta Fémina de la escritora salmantina Ángela Barco. El 8 de abril de 2016 en mi blog Historias del cuarto de atrás quisimos conmemorar la ocasión publicando una nueva edición de la novela Fémina. Hoy presentamos aquí una revisión de aquella edición de 2016.

La novela Fémina de Ángela Barco

Gabriela, una joven de veinticuatro años, nacida en una familia aparentadora de riquezas y lujos, es educada nada más que para casarse. Cuando alcanza al fin la ansiada meta del matrimonio, se descubre viviendo casi muerta, en una ciudad medio muerta —la Salamanca de principios del XX—, habitando una mansión que bien podría ser la casa de las muertes salmantina.

Gabriela no aguanta más. Se cansa de ser una muerta viviente y traza un peculiar plan para escapar, para dinamitar su vida muerta, su ciudad muerta, su casa de las muertes, para morir matando.

Fémina es una historia sobre la vida de aquellas mujeres de antes, educadas en el miedo a la libertad, programadas desde la infancia para vivir bajo la autoridad de aquellos hombres de antes. Mujeres aniñadas, sin más horizonte que organizar un hogar, y sin más opción que someterse a las exigencias más o menos extrañas, más o menos retrógradas, de sus maridos.

La novela habla también de la oposición universal entre lo antiguo y lo nuevo; la oscura distancia entre los sueños y la realidad; las tranquilidades tramposas de la monotonía; las esclavitudes del qué dirán; la cárcel de las apariencias; las ataduras familiares.

Con todos estos elementos reconcentrándose en una ciudad vieja, oscura, aburrida y pequeña, Ángela Barco va construyendo la historia de una vida irremediablemente muerta.

Fémina de Ángela Barco. Ilustración de la edición orginal de 1910

Apenas adentrarse en la lectura de Fémina, llama la atención la descripción del padre de la protagonista: un hombre pretencioso, pedante que se cree un gran literato y con una pequeña manía: «hacía maravillosas pajaritas de papel».

Reunir en el mismo personaje las palabras “literato” y “pajaritas de papel” hace saltar la sospecha de que la alargada sombra de Unamuno se extiende por los renglones. Si además esos renglones son obra de una autora charra, entonces la sospecha es casi certeza…

Las pajaritas de papel de Miguel de Unamuno ya eran famosas en los tiempos en los que Ángela Barco escribe Fémina. Unamuno ya había publicado un libro sobre el tema, y las alusiones a su afición eran frecuentes en la prensa, en tonos más y menos amistosos.

Si la fama de las pajaritas de papel se había extendido, la de la soberbia de Unamuno tampoco se había quedado atrás. Rasgo que también comparte el personaje de la novela. En defensa de Unamuno se puede argumentar que el escritor es de esas pocas personas cuya arrogancia está a la altura de su genio. Y que no es difícil detectar la envidia entre líneas de muchas de las críticas que recibió.

La crítica de Fémina por tanto va mucho más allá que sacar a la luz el lado oscuro de un hombre brillante, lado oscuro ya de sobra conocido en su época.

Ángela Barco condena en su novela la situación de la mujer que hay tras esos hombres que viven ocupados sólo de brillar o peor aún —como sucede en la novela— de vivir como si brillaran. En Fémina, detrás de ese hombre pedante con pretensiones de literato hay:

una mujercita menuda y alegre que adoraba a su marido […] Y que hacía prodigiosos equilibrios para que en la casa no faltara de nada.

Una mujer a la que que se le va pasando la vida entre cuatro paredes, ocupándose de los inevitables problemas de la vida real, mientras el hombre pedante con ansias de literato dedica la suya a brillar.

Lo que condena Ángela Barco en su novela, es esa «superioridad de miras» de algunos hombres que les impide ver dónde la realidad los necesita. Obligando a la mujer que lo adora a suplir esa miopía sacrificando cualquier brillo que pudiera ella experimentar en aras de los de su marido.

Fémina de Ángela Barco Ilustración interior de la edición de 1910

La madre de la protagonista manifiesta en la última parte de la novela:

—Soy yo, yo, la que no ha querido que venga su padre… […] es demasiado horrible para su corazón de hombre superior…

La autora está planteando la situación de esas mujeres desaparecidas bajo la superioridad de un hombre. Mujeres que se ocupan de todo, para que ese hombre superior siga teniendo el tiempo y los ánimos de brillar. Ángela Barco está cargando contra esos hombres que se las dan de espíritus superiores, pero cuya grandeza espiritual no tiene el menor inconveniente en considerar a la mujer que aman como inferior a ellos y en consecuencia a su servicio.

El malagueño José Moreno Villa, en su libro: Los autores como actores y los intereses literarios de acá y de allá, en el capítulo “Las mujeres de mis contemporáneos”, se preguntaba en los años cincuenta del siglo XX:

¿Cómo era la mujer de Unamuno? Nadie la conoció en sociedad. Nunca la vi con él. Y cuando visité a don Miguel en su casa de Salamanca, me abrió ella la puerta, pero no me fue presentada por el maestro.

Una situación que, por generalizada que estuviera en aquella época, no deja de escandalizar e indignar en la actualidad.

La autora de Fémina utiliza las famosas pajaritas de papel y la no menos famosa soberbia unamuniana, para lanzarse contra ese “corazón de hombre superior”.

¿Cuántas grandes mujeres habrán desaparecido tras un “corazón de hombre superior”?

Por mucho que aquellas mujeres lo aceptaran voluntariamente —la educación recibida desde niñas las condenaba a esa aceptación voluntaria— y por muy talentoso que fuera el hombre, ¿es justo? Ángela Barco cree que no.

De todo esto habla Fémina. Su protagonista se harta, se aburre hasta el infinito de una sociedad que la anula, que la ha educado para convertirla en inferior, que la instrumentaliza. Se niega a aceptar con gusto la obligación de dejar de ser para que otro sea. Reniega de esa vida muerta que quieren imponerle.

La ciudad de provincias de la novela se constituye en símbolo de esa muerte, de parálisis, de asfixia. De belleza monumental que aparenta una grandeza falsa. De patrimonio histórico de relumbrón que encubre la miseria humana.

Aunque la autora charra no cite a la ciudad por su nombre, entre líneas asoma sus torres —y su Tormes —la ciudad de Salamanca:

 la ciudad pequeña, silenciosa, sin otro rumor que el suave y alegre del poético río que parece arrullarla ciñéndola cual cintillo de plata.

Fémina se publica en 1910, ese año, bajo las arrulladoras aguas del Tormes que ciñe a la ciudad se está construyendo un puente nuevo —el de Enrique Esteban—. Hasta entonces, Salamanca tenía sólo el puente Romano, y el asunto es polémico. Ángela Barco permite que el conflicto local aflore en su narración, para ilustrar el combate desesperado entre lo antiguo y lo nuevo, lo joven y lo viejo, la vida y la muerte:

no quiero en esta ciudad, que yo llamo mía, ni ruido de martillazos, ni estallido de barrenos, ni calles nuevas, […] no quiero más puente sobre el río que los poetas cantaron místicamente con arrebatos panteístas, que el puente romano, soberbio, majestuoso, el cual, visto por los lados, puede comparársele a una de esas joyas macizas y monumentales de tiempos de los Faraones, engarzada con amatistas y ópalos. Tan azulada y transparente pasa el agua por sus arcos, esbeltos e iguales, como trabajados por un solo artífice, grande y poderoso, descendiente de una raza de cíclopes. No, no quiero que nada nuevo cambie y desoriente mi vida.

La Salamanca literaria de la narración recibe calificativos como: “insignificante ciudad de provincia”, “pequeña y triste como un cementerio”, “obscura y polvorienta como un museo”, “pequeña y chismosa”, “donde todo parecía muerto”, “amurallada como una cárcel por los históricos edificios que la aprisionaban en una cadena de granito musgoso y agrietado”. “borrosa ciudad silenciosa y triste”.

La lujosa mansión histórica donde Ángela Barco sitúa la vivienda de Gabriela está en el centro de la ciudad:

la casa señorial de recuerdos históricos, que embellecen las leyendas, aprisionada en el centro de la ciudad […]la casa señorial, en la cual, según la leyenda, se desarrollaron escenas trágicas.

Es difícil resistir la tentación de situar la vida muerta de Gabriela en la Casa de las muertes salmantina. Las escenas trágicas a las que alude la escritora muy bien pudieran ser las que se cuentan de la Casa de la muertes.

Se haya inspirado o no la autora charra en la Casa de las Muertes, lo cierto es que la mansión que habita Gabriela es una casa muerta, que sólo parece revivir al precipitarse el desenlace de la novela:

La casa, como un cuerpo inerte que de pronto adquiriese vida, se llenaba de ruidos, se animaba, resucitando, al fin, de su letargo de inmensa y milenaria tortuga.

Cuando Ángela Barco termina de escribir Fémina decide enviarla a un concurso de novelas que organiza la revista El Cuento Semanal.

De la importancia que tuvo El Cuento Semanal en nuestra historia de la literatura hablan varios estudios. La revista comienza su andadura en 1907. Se le atribuye el mérito de revitalizar el género de la novela corta en el siglo XX. El Cuento Semanal devolvió a la novela corta una popularidad similar a la que había vivido en el siglo XVII, cuando la cultivó Cervantes. La revista tiene el mérito además de haber descubierto a muchos nuevos escritores.

El éxito de El Cuento Semanal es tal, que enseguida empiezan a surgir otras revistas imitadoras.

En los estudios sobre El Cuento Semanal, para referirse a los autores que publicaban en ésta y en las otras revistas que surgieron tras su estela, se llega a hablar de los escritores de la generación de El Cuento Semanal.

Para que nos hagamos una idea de lo que suponía publicar en El Cuento Semanal hay que citar al escritor Alberto Insúa —cuya primera novela corta también publicó El Cuento Semanal:

Aparecer en El Cuento Semanal era para los escritores noveles poner una pica en Flandes y recibir, durante seis días, el soplo de la Fama.

El jurado del concurso en el que Ángela Barco participa con Fémina lo componen nada más y nada menos que Pío Baroja, Valle-Inclán y Felipe Trigo. Aunque Ángela Barco no gana, el eminente jurado recomienda la publicación de Fémina. El 8 de abril de 1910, El Cuento Semanal publica Fémina. Ángela Barco ha puesto una pica en Flandes y recibe el soplo de la fama. La novela es un éxito. La crítica destaca los méritos de la obra. Fémina se agota y se hacen varias reediciones.

Fémina de Ángela Barco portada original edición de la revista El cuento semanal

Afirman los estudiosos de la revista que El Cuento Semanal se fundó comprometida con el progresismo, la modernidad, la regeneración, cierta ideología anticlerical y la lucha por los derechos de la mujer. Fémina encuentra en la revista un marco de lo más idóneo.

Los estudios del fenómeno El Cuento Semanal no se ocupan de Ángela Barco. Pero lo cierto es que la autora charra formó parte de aquella generación de narradores.

Del olvido casi general que sufrieron estos escritores tras la guerra civil tuvo la culpa la dictadura franquista, a la que no gustaban en absoluto los aires libertarios que se respiraban en todas estas narraciones. La generación de escritores de El Cuento Semanal fue silenciada.

Al olvido que se impuso a aquellos escritores, hay que añadir el que la historia literaria acostumbra a dedicar a las escritoras con más frecuencia que a los escritores.

Para combatir el olvido, para que la personal voz de Ángela Barco no se pierda en un silencio injusto surgen estas líneas y la presente edición de su novela corta Fémina. Una narración comprometida, cuidada, dinámica, con un final desconcertante, que debe ocupar su espacio en la historia de la literatura.

Gabriela, la protagonista de Fémina, podría muy bien ser la abuela de Natalia —Entre Visillos de Carmen Martín Gaite— de Andrea —Nada de Carmen Laforet—, De Valba —Los Abel de Ana María Matute, de las Cinco Sombras de Eulalia Galvarriato, de Celia —la serie de libros de Elena Fortún—… Chicas que no se adaptan a lo que se exige de ellas, que no se resignan y se rebelan del modo que pueden. Chicas raras —como las bautizó Martín Gaite— contra las que nada pudo hacer la dictadura franquista, por mucho que intentó silenciarlas.